En plena dehesa extremeña a las afueras de Pedroso de Acim, a medio camino entre las ciudades de Cáceres 

Plasencia, se encuentra el convento más pequeño del mundo, el Convento del Palancar, fundado en el siglo XVI por San Pedro de AlcántaraPatrón de Extremadura, quien decidió pasar allí sus últimos años de vida sumergido en una marea de experiencias místicas.

palancar

El "Conventito" original tiene tan solo 72 metros cuadrados de planta y era donde el santo, junto a sus compañeros de la Orden Franciscana, desarrollaba su vida en un voto radical de pobreza, penitencia y oración hasta el punto de llegar a dormir muy pocas horas (unas dos horas diarias) sentado en una pequeño habitáculo apoyando la cabeza de frente en una tabla. Alrededor del primitivo convento, fue levantado el actual en los siglos posteriores. Ahora viven en él cuatro frailes franciscanos quienes regentan la Iglesia Conventual y atienden a las visitas.

Durante nuestra visita, el amable fraile nos mostró las instalaciones mientras nos explicaba un poco la historia del lugar y su fundador: San Pedro de Alcántara nació en el seno de una familia noble. Fue íntimo amigo y consejero de Santa Teresa de Jesús, también confesor de altas autoridades como el Emperador Carlos V durante sus últimos años de retiro en el Monasterio de Cuacos de Yuste, comarca de la Vera, Cáceres. Combinaba una vida de contemplación y viajes, generalmente a pie, descalzo, por Extremadura y Portugal. 

ConventoElPalancarClaustro

Cuentan que a su paso se producían prodigios como que pudo pasar el Tiétar sobre las aguas, no mojarse en plena tormenta o que la nieve formó una pequeña cavidad a su alrededor en el Puerto del Pico cuando regresaba de un viaje a Ávila. Sea como fuere, su vida estuvo rodeada de misterio, misticismo y una profunda admiración por parte de quienes lo conocieron, lo cual no es de extrañar, dado lo admirable, excepcional y ejemplificador de su caso dentro de la institución de la Iglesia.

Este pequeño convento resulta, no obstante, alegre y acogedor, principalmente por un detalle que no pasa desapercibido a nuestros oacuri: la multitud y variedad de plantas y flores que decoran los jardines y cada rincón de su interior, gracias a la buena mano y el corazón de la mujer que los ayuda, nos cuenta el fraile. No hay que pagar entrada, aunque agradecen donativos para el mantenimiento del lugar.

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